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Wolverine tuvo la suerte que muchos personajes populares del cómic no encontraron en el cine.
Al recordar el bochornoso final del Superman de Christopher Reeve o el Spiderman de Sam Raimi, los fans de Logan deberían estar agradecidos con Hugh Jackman y el director James Mangold.
El mutante más popular de Marvel logró despedirse por la puerta grande con una producción que me parece quedará en el recuerdo entre las mejores obras del género.
Mangold y Jackman finalmente le encontraron la vuelta al personaje y en su última aparición en el cine trasladaron a la perfección toda la brutalidad intensa de Wolverine que siempre fue atenuada en la saga de los X-Men.
En Logan el director se alejó por completo de la pirotecnia épIca del último film de Bryan Singer para desarrollar una historia más intimista que encuentra sus raíces en el western.
De hecho, si a esta película le quitás los elementos fantásticos relacionados con los mutantes lo que queda es un clásico western de Elmore Leonard, quien era un experto en narrar historias de cowboys con suspenso.
Mangold ya lo demostró en su excelente remake de El tren de la 3:10 a Yuma, donde capturó a la perfección la tensión del cuento de Leonard.
En la película de Wolverine retoma esa fusión que había trabajado entre el western y el thriller e inclusive establece una nostálgico paralelismo entre el mutante de Marvel y Shane, el clásico cowboy que interpretó Alan Ladd en 1953.
Algo que particularmente me impactó de esta película es la violencia gráfica y el sadismo que tienen las secuencias de acción. Wolverine acá se desenvuelve como el anti-héroe clásico de los cómics y el uso que hace de sus garras brinda escenas intensas.
Llama la atención que el director Mangold pudiera presentar este corte en los cines, teniendo en cuenta que retrata a menores de edad en situaciones de violencia extrema. Creo que desde el film de terror inglés, The Children (2008), no se veía a niños masacrando adultos como ocurre en este film.
Más allá que le otorgaran la calificación R en Estados Unidos, que limita el acceso del publico a los cines, Logan tiene escenas fuertes que no son comunes de ver en las producciones de Marvel para la pantalla grande.
Las intervenciones de Laura Kinney, la mini Wolverine X-23, en las secuencias de acción no tiene precedentes en la franquicia de X-Men y es uno de los elementos que más impacto generan en este film.
Un rol que estuvo a cargo de Dafne Keen, tremendo hallazgo del director Mangold, quien debutó con esta labor en el cine. La madurez de esta chica en su interpretación por momentos trae al recuerdo los primeros trabajos de Jodie Foster que sorprendían por la misma cuestión.
La actriz de 11 años tiene muy pocos diálogos en la trama pero el modo en que se comunica con sus expresiones faciales es extraordinario.
Se cae de maduro que el personaje merece tener una película aparte y los estudios Fox seguramente no desaprovechará esa oportunidad.
Dentro del reparto la química de Dafne Keen con Jackman y Patrick Stewart (que también tiene momentos memorables) es excelente y le dio otra dimensión a los momentos dramáticos que viven los tres personajes.
Si hubiera que objetarle algo a Logan es que la narración de Mangold se estanca un poco en la mitad del film, cuando la historia se convierte en una road movie. Sin embargo, después el conflicto retoma la intensidad que tenía al comienzo y no defrauda para nada en su conclusión.
Un detalle que no altera en absoluto la experiencia general que ofrece esta producción.
La película final de Wolverine es excelente y ya tiene su lugar asegurado entre las mejores adaptaciones de cómics en el cine.